Todos los seres vivos se alimentan, pero solo los humanos hemos construido una cultura en torno a la comida. En ella volcamos y expresamos nuestras propias emociones, mucho más allá de la estricta necesidad biológica de nutrirnos. En este sentido, existe un tipo de hambre no fisiológica de la que cada vez se habla más, pero cuyo significado no todos comprenden realmente. Se trata del hambre emocional.
Comer emocionalmente no es negativo ni tiene por qué ser disfuncional si se hace con conciencia y desde la elección de amor propio y autocuidado. Comer nos genera emociones, recuerdos, experiencias compartidas con nuestros seres queridos… Es imposible separar la comida de las emociones. Sin embargo, entendemos que para algunas personas no es una elección desde el autocuidado, sino que se hacen daño al comer de esa forma. Sienten ese hambre emocional desde un lugar de ansiedad, malestar, culpa, frustración, decepción con uno mismo…
Por otra parte, ese hambre emocional suele llevarnos a consumir alimentos considerados “no saludables”, como chocolate, galletas, bollería… Son los alimentos “prohibidos”. Pero puede que no estemos abordando correctamente el problema si clasificamos la comida en una dicotomía de blancos y negros, una percepción muy arraigada por nuestra cultura de dieta.
¡¡En nuestra página de Manument te aconsejaremos como mejorar tu salud física y mental!!